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sábado, 28 de julio de 2012

De la cuna al verso, y del verso al ataud.



La libertad de expresión para algunos es nuestra cárcel interior, nos encerramos entre metas,
entre rimas que nos gritan que las venzamos, que quieren sentir el olvido sobre el punto, en cada final, de cada frase. Ese verso que con su amor anima al disléxico a ignorar sus dificultades. Aquel verso que te hace sentir grande, mas fuerte que un puño, mas letal que la muerte. Y si, somos enfermos, dotamos de la adicción suprema de la palabra, de la superación verbal. Somos diferentes, distintos, nacemos entre lineas y morimos sonriendo por hacer algo único. Y si llueven lágrimas sobre una frase inacabable, si el infinito baila sobre ella, si la voz muda de nuestras palabras no cesa de lloriquear en vuestro vientre, en vuestra sien, sera porque somos oradores reales del folio. Que no somos mas que nadie, que no somos mas que dudas, que solo sufrimos amor y su hambre, corazones en ayunas. El cielo se insinúa entre nuestros paisajes verbales, sin llamar a la puerta, con descaro te abre los ojos, y te causan un nudo exorbitante en tu garganta. Dotamos de esas palabras que con sus suaves manos alzan tu boca hasta tu cumbre, la cumbre de tu belleza, de tu sonrisa y su pureza. Reconquistamos al odio, a la ira y su cruel desarrollo. Somos ángeles sangrientos de drama, pero ya no somos hombres, somos poetas.